Santiago Calatrava es, hoy por hoy, el arquitecto e ingeniero español que más suena en el mundo. Si a esa doble condición de arquitecto e ingeniero unimos las de profesor y escultor tendremos la justificación de su reciente ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Hace pocos días, Calatrava tomaba posesión como miembro honorario de la culta casa académica de la madrileña calle de Alcalá en una ceremonia hasta cierto punto fuera de lo común. En lugar de los habituales discursos del recipiendario y la contestación de un académico, que los hubo pero de una extensión inferior a la normal, el acto consistió en la proyección del vídeo «Movimiento», en el que el técnico y artista valenciano expuso su ya dilatada obra.
Pintura y arquitectura
Se mostraba Santiago Calatrava más que satisfecho de que un arquitecto e ingeniero entrara en el claustro de la prestigiosa Academia de la que Francisco Goya fue miembro distinguido. «La historia clásica recoge no pocos casos de arquitectos que antes que técnicos -dijo Calatrava- eran considerados artistas en toda la extensión de la palabra.
De hecho, la pintura ha sido siempre el vehículo más espontáneo entre la arquitectura y la escultura.» Pero el nuevo académico hizo una salvedad importante: «Mientras el escultor puede materializar una idea abstracta, en la que se produce una ausencia de la servidumbre en función de lo que se va a crear, en la arquitectura no puede pasarse por alto dicha necesidad».
Pocos días después de esta solemne sesión académica se inauguraba solemnemente en Valencia el nuevo Museo de la Ciencia Príncipe de Asturias, que es la última obra de Calatrava. El edificio, cuya peculiar arquitectura ha sido divulgada por los reportajes de televisión y las fotografías de prensa, tiene 250 metros de largo y 54 de alto, con una superficie de 41.000 metros cuadrados, distribuidos en cinco plantas. La estructura, como todas las de Calatrava, consiste en una fina osamenta alargada, cuya limpieza y claridad se funde con el siempre diáfano cielo valenciano. Una doble serie de soportes y arbotantes, por decirlo con un término clásico de la arquitectura gótica, sostiene una cubierta plegada en zig-zag.
La filosofía constructiva de Calatrava siempre ha sido lo mismo: unir la belleza de una estructura con las prestaciones de una función. Sea un museo, como éste de Valencia, o un puente, como el del Alamillo, de Sevilla, todas las obras de Calatrava lucen el sello de su autor.
Lo mismo podemos decir de los aeropuertos de Lyon o de Bilbao. O de las estaciones ferroviarias, como esa obra maestra de la Estaçao de Oriente, de Lisboa, estrenada con motivo de la Expo'98 y convertida desde entonces en uno de los emblemas de la feria, como el Pabellón de Portugal, diseñado por Siza Vieira, o el Oceanario, de Chermayev.
Oceanario de Chermayev
La Expo lisboeta tuvo la doble virtud no sólo de crear durante un año un escaparate donde los países participantes expusieron sus glorias técnicas y culturales, sino rescatar del olvido ese inmenso No-Man's-Land que se extendía entre el Cabo Ruivo y la ciudad de Lisboa. Durante unos 15 kilómetros la orilla derecha de la desembocadura del Tajo no sólo ofrecía un desolado paisaje lunar de almacenes abandonados, torres Derrick oxidadas y solares cubiertos por montañas de desechos industriales.
Concluida la Expo, el actual Parque de las Naciones conserva no pocos de los edificios de aquélla, como ese enorme Pabellón Atlántico donde se acaba de jugar el Masters de tenis o la citada Estación de Oriente, que ha supuesto una fecha clave en la historia de las comunicaciones lisboetas y portuguesas.
La editorial portuguesa Livros de Livros ha dedicado a la Estación de Oriente un lujoso álbum redactado en portugués, español e inglés, donde se explica con todo detalle, a través de fotos y textos, la historia completa del proyecto Calatrava. La gran estación lisboeta no nacía simplemente por el orgulloso deseo de «añadir un trazo distintivo y creador en la Expo», escribe Alvaro Siza Vieira.
Por el contrario, esa hermosa «cabellera despeinada» es un instrumento que reúne la triple funcionalidad de una colosal estación «donde confluyen ferrocarril, metropolitano y transporte por carretera, rechazando la nostalgia ante el casi irresistible recuerdo de las estaciones de otros tiempos».
Bienvenida portuguesa
La Estación de Oriente se ha convertido, así, en un instrumento fundamental en las comunicaciones de Lisboa, de Portugal entero. Para los viajeros españoles que llegan a la capital portuguesa por ferrocarril, la Estación de Oriente es ya una referencia familiar. Al contemplar desde la ventanilla la larga arcada de Calatrava saben que están llegando ya a su destino en la lisboeta estación de Santa Apolonia.
Nada mejor que esa bonita y nueva estación de Calatrava para dar la bienvenida al viajero, vuelvo a citar a Siza Vieira, «a orillas de un Tajo espléndido e incorruptible saliendo al encuentro del Terreiro do Paco, del Centro Cultural y de la Torre de Belém, como una almadía de acero, cristal y hormigón».
Hace pocos días, Calatrava tomaba posesión como miembro honorario de la culta casa académica de la madrileña calle de Alcalá en una ceremonia hasta cierto punto fuera de lo común. En lugar de los habituales discursos del recipiendario y la contestación de un académico, que los hubo pero de una extensión inferior a la normal, el acto consistió en la proyección del vídeo «Movimiento», en el que el técnico y artista valenciano expuso su ya dilatada obra.
Pintura y arquitectura
Se mostraba Santiago Calatrava más que satisfecho de que un arquitecto e ingeniero entrara en el claustro de la prestigiosa Academia de la que Francisco Goya fue miembro distinguido. «La historia clásica recoge no pocos casos de arquitectos que antes que técnicos -dijo Calatrava- eran considerados artistas en toda la extensión de la palabra.
De hecho, la pintura ha sido siempre el vehículo más espontáneo entre la arquitectura y la escultura.» Pero el nuevo académico hizo una salvedad importante: «Mientras el escultor puede materializar una idea abstracta, en la que se produce una ausencia de la servidumbre en función de lo que se va a crear, en la arquitectura no puede pasarse por alto dicha necesidad».
Pocos días después de esta solemne sesión académica se inauguraba solemnemente en Valencia el nuevo Museo de la Ciencia Príncipe de Asturias, que es la última obra de Calatrava. El edificio, cuya peculiar arquitectura ha sido divulgada por los reportajes de televisión y las fotografías de prensa, tiene 250 metros de largo y 54 de alto, con una superficie de 41.000 metros cuadrados, distribuidos en cinco plantas. La estructura, como todas las de Calatrava, consiste en una fina osamenta alargada, cuya limpieza y claridad se funde con el siempre diáfano cielo valenciano. Una doble serie de soportes y arbotantes, por decirlo con un término clásico de la arquitectura gótica, sostiene una cubierta plegada en zig-zag.
La filosofía constructiva de Calatrava siempre ha sido lo mismo: unir la belleza de una estructura con las prestaciones de una función. Sea un museo, como éste de Valencia, o un puente, como el del Alamillo, de Sevilla, todas las obras de Calatrava lucen el sello de su autor.
Lo mismo podemos decir de los aeropuertos de Lyon o de Bilbao. O de las estaciones ferroviarias, como esa obra maestra de la Estaçao de Oriente, de Lisboa, estrenada con motivo de la Expo'98 y convertida desde entonces en uno de los emblemas de la feria, como el Pabellón de Portugal, diseñado por Siza Vieira, o el Oceanario, de Chermayev.
Oceanario de Chermayev
La Expo lisboeta tuvo la doble virtud no sólo de crear durante un año un escaparate donde los países participantes expusieron sus glorias técnicas y culturales, sino rescatar del olvido ese inmenso No-Man's-Land que se extendía entre el Cabo Ruivo y la ciudad de Lisboa. Durante unos 15 kilómetros la orilla derecha de la desembocadura del Tajo no sólo ofrecía un desolado paisaje lunar de almacenes abandonados, torres Derrick oxidadas y solares cubiertos por montañas de desechos industriales.
Concluida la Expo, el actual Parque de las Naciones conserva no pocos de los edificios de aquélla, como ese enorme Pabellón Atlántico donde se acaba de jugar el Masters de tenis o la citada Estación de Oriente, que ha supuesto una fecha clave en la historia de las comunicaciones lisboetas y portuguesas.
La editorial portuguesa Livros de Livros ha dedicado a la Estación de Oriente un lujoso álbum redactado en portugués, español e inglés, donde se explica con todo detalle, a través de fotos y textos, la historia completa del proyecto Calatrava. La gran estación lisboeta no nacía simplemente por el orgulloso deseo de «añadir un trazo distintivo y creador en la Expo», escribe Alvaro Siza Vieira.
Por el contrario, esa hermosa «cabellera despeinada» es un instrumento que reúne la triple funcionalidad de una colosal estación «donde confluyen ferrocarril, metropolitano y transporte por carretera, rechazando la nostalgia ante el casi irresistible recuerdo de las estaciones de otros tiempos».
Bienvenida portuguesa
La Estación de Oriente se ha convertido, así, en un instrumento fundamental en las comunicaciones de Lisboa, de Portugal entero. Para los viajeros españoles que llegan a la capital portuguesa por ferrocarril, la Estación de Oriente es ya una referencia familiar. Al contemplar desde la ventanilla la larga arcada de Calatrava saben que están llegando ya a su destino en la lisboeta estación de Santa Apolonia.
Nada mejor que esa bonita y nueva estación de Calatrava para dar la bienvenida al viajero, vuelvo a citar a Siza Vieira, «a orillas de un Tajo espléndido e incorruptible saliendo al encuentro del Terreiro do Paco, del Centro Cultural y de la Torre de Belém, como una almadía de acero, cristal y hormigón».
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